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Así nos fue con el Golf R en su hábitat natural: el circuito de carreras

POR: Pablo Monroy el Mar, 17 de Octubre de 2017, 07:04 pm

La configuración del Golf R para nuestro país incluye una carrocería de tres puertas y panel de instrumentos analógicos. Foto: Pablo Monroy.
Pablo Monroy

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Licenciado en Periodismo por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, fotógrafo automotríz y entusiasta de las cuatro ruedas. / IG: @elpablomonroy

YUCATÁN.- Si bien no es la primera ocasión que entramos a un autódromo a manejar un coche deportivo, hoy estamos particularmente emocionados porque no sólo aceleraremos a fondo en la recta principal y enlazaremos con buen ritmo y por primera vez las 16 curvas de este trazado yucateco, inaugurado en enero de este año por la ex estrella de la Fórmula 1, el brasileño Emerson Fitipaldi, sino porque lo haremos a bordo del nuevo Volkswagen Golf R.

 

El calor y la humedad son especialmente agobiantes, y debemos tomar el volante con cautela ya que el asfalto prácticamente es nuevo y no es lo suficientemente abrasivo como para disfrutar de un buen agarre, sobre todo en los giros. Frente a nuestros ojos un escuadrón completo de Golf R está a la espera, con las suficientes unidades como para caminar con toda tranquilidad hacia alguna, abrir la puerta, acomodarse en el asiento del conductor y poner el motor en marcha.

 

Foto: Pablo Monroy.

 

Lo primero que llama nuestra atención es su recatada apariencia y que sea de tres puertas. No es como la del Type R con todos esos componentes aerodinámicos que atrapa miradas a su paso y las dirige hacia su alerón trasero, o como el Ford Focus RS que salta a la vista en donde quiera que se encuentre por su musculatura y ese color grabber blue que le da identidad.

 

El Golf R no es así, más bien se percibe sobrio (y más tarde lo definiremos como mustio), un buen disfraz que oculta debajo un auténtico deportivo, y esa idea nos encanta. Lo más agresivo que encontrarás en su vestimenta son las dobles puntas cromadas del sistema de escape, la enorme toma de aire colocada por debajo de la fascia delantera, el sutil alerón trasero y el juego de rines de aleación de 19 pulgadas con llantas de bajo perfil que calza, eso es todo.

 

Foto: Pablo Monroy.

 

En el interior el escenario no es distinto, tiene algunos detalles que esbozan cierta deportividad como la letra R incrustada en la parte baja del brazo central del volante, las paletas de cambio, así como los asientos casi de cubo forrados en piel; salvo eso no hay contrastes agresivos que le den ese aroma a carreras en el interior. Lo que sí encontrarás es calidad en los materiales y ensambles, mucha, y no es para menos, pues el Golf R es ensamblado en la planta de Volkswagen en Wolfsburg, Alemania, así que no hay queja alguna.

 

CON LA ADRENALIDA A TOPE

 

Tras calentar motores con una serie de ejercicios de aceleración, slalom y frenada a fondo, estamos listos para pisar la pista, así que apagamos la radio para escuchar lo que el Golf R tenga que decirnos y el aire acondicionado, tal y como lo marcan los cánones para no desperdiciar ni un caballo de potencia.

 

Con el motor encendido y con la transmisión DSG de siete velocidades insertada en Drive bajo el modo manual cambiamos la configuración del auto a Race. Buscamos una arrancada espectacular así que activamos el launch control para no peder tracción en la salida presionando el freno con el pie izquierdo y acelerando a fondo.

 

Foto: Pablo Monroy.

 

Las manos y la frente nos sudan y fijamos la vista al frente. Liberamos el pedal del freno y salimos disparados como cohetes, la entrega de torque es inmediata en el momento en el que el turbo sopla con furia para llenar de aire los pulmones del R desde las 1,500 revoluciones por minuto, la espalda se hunde en el respaldo y cuando la aguja del cuenta revoluciones llega a la zona roja, por ahí de las 7,000 rpm, insertamos la segunda velocidad con la leva derecha detrás del volante. La aguja sube y baja frenéticamente y el motor emite un delicioso bramido con cada cambio de marcha.

 

No pudimos verlo, pero estamos casi seguros que tras el arranque el asfalto debió de haber quedado tan arrugado como una alfombra vieja por la explosión del torque. Frenamos un poco para entrar a la primera curva a la izquierda buscando el apex, al mismo tiempo que regresamos unas cuantas velocidades: quinta, cuarta, tercera, segunda, la respuesta de la transmisión es rapidísima y parece que el R va montado sobre rieles al trazar el giro.

 

Foto: Pablo Monroy.

 

Apenas salimos y hundimos el pedal nuevamente a fondo, tercera, cuarta, nuevamente frenamos para entrar a la segunda curva a la izquierda, el procedimiento es el mismo. Los soportes laterales del asiento, aunque ligeros, nos brindan buena sujeción a la espalda al afrontar las fuerzas que vienen con cada curva, la precisión de la dirección es soberbia y transmite mucho de lo que sucede en el eje delantero.

 

Las siguientes curvas, una tras otra, son de paciencia por lo cerradas que son, así que nos mantenemos en segunda velocidad. La puesta a punto de la suspensión evita a toda costa el balanceo excesivo de la carrocería, y las Pirelli P-Zero que calza gritan por todo lo alto en su lucha constante por mantener la trayectoria.

 

Foto: Pablo Monroy.

 

El R es uno de esos coches que te permite exigirle al máximo sin que se queje, y te da ciertas licencias en el manejo, pero si te pasas del límite, la electrónica te regresará por el buen camino. La última curva antes de entrar a la recta principal es amplia, así que podemos empezar a acelerar desde la entrada. El sonido del motor sigue siendo embriagante, 150, 160, 170, 180 km/h, frenada fuerte y repetimos los 3.5 kilómetros de longitud de la pista, ¡qué sensación!

 

Con cada pasada al circuito descubrimos algo nuevo que nos cautiva, como la tracción integral permanente que se encarga de distribuir a las cuatro ruedas, a través de la transmisión, los 290 caballos de fuerza y las 280 lb-pie de torque que entrega el motor de cuatro cilindros 2.0 litros turbocargado.

 

Foto: Pablo Monroy.

 

Con el sistema 4Motion el Golf R gana peso, 1,508 kilos en la báscula, pero le agrega aplomo en su andar y se desplaza como si tuviera imanes por debajo de la carrocería. Manejamos toda la jornada hasta que el testigo de la gasolina se encendió en el tablero advirtiéndonos que sólo nos quedaban escasos 20 kilómetros de autonomía, y los frenos no parecían estar fatigados, a pesar del castigo que les dimos y de la temperatura elevada en el ambiente.

 

Al final, mientras nos hidratábamos, reflexionamos con la idea de que muchos autos deportivos se venden como vehículos de calle con las suficientes capacidades mecánicas (y agallas) para entrar a divertirse en un circuito de carreras; pero con el Golf R sucede lo contrario, es uno de esos coches de pista que pueden circular en las calles a diario con comodidad, no hay más.

 

Foto: Pablo Monroy.

 

¿Vale los 674 mil 900 peso que Volkswagen pide por él? Desde luego, siempre y cuando permitas que te de tantas alegrías como nos las dio a nosotros en el autódromo, por cierto, no te confundas, esta máquina no es un GTI con esteroides, este animal es de otra raza.

 

 

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