Trump podría estar matando a la industria automotriz

“Hagamos grande a América otra vez”

¿Quién habría pensado que un lema de campaña tendría implícitas tantas acciones cuestionables?, la aparición de Donald Trump como una figura de poder político ha causado graves estragos en México.

Detrás de la controversial figura de un sujeto multimillonario con tendencias racistas, se esconde un nacionalismo del peor. De ese que no piensa en el otro, del que ignora la diplomacia, de ese que quiere decidir el rumbo de los otros.

Todo comenzó como una advertencia a las empresas automotrices que exportaban autos al territorio estadunidense: un arancel del 35% que buscaba orillar a las marcas a retomar la producción en Estados Unidos dejando a un lado sus planes en ese vecino pequeño que está al sur: nosotros.

No negaremos que México, hasta ahora, resulta un paraíso para las armadoras por tres factores: las facilidades de los gobiernos para la llegada de fábricas que produzcan empleos en territorio nacional; el bajo costo de la mano de obra y la cercanía con Estados Unidos.

Pero en las últimas fechas está ocurriendo algo que podría alarmar a todo aquello que tenemos entendido por negocios millonarios, como nunca antes, las grandes marcas automotrices están revirando el curso de sus planes productivos con una velocidad que asusta.

Desde la decisión de Ford de detener la construcción de una planta en San Luis Potosí, México; la de Toyota de reforzar la inversión en Estados Unidos y recientemente, a General Motors sacrificando 100 empleos de mexicanos para callar las presiones de Trump. Con ello el político demuestra que es un negociador insaciable, pero también un mal diplomático.

Lanzar una sentencia de que el camino de su mandato seguirá la línea que las últimas semanas ha tomado y mantiene tensas las cosas para las automotrices sería arriesgado. Es probable que tras tomar protesta alguna persona le haga entrar en razón y le recuerde que en el mundo moderno no prospera ningún país sin ayuda de otras naciones.

Trump podría estar cerrando las puertas a Estados Unidos con su terrible postura en la que violenta el comercio libre, que si bien, no está libre de múltiples controversias, ha beneficiado principalmente a empresas de su país en todo el mundo.

Si aumentan los costos de producción de los vehículos las automotrices tendrán que enfrentarse a una realidad terrible: con el encarecimiento de los autos, un sector importante de compradores en potencia desistirán de hacerse de un auto.

Trasladar la mayor parte de la mano de obra a Estados Unidos producirá este efecto, y al contrario de beneficiar a su país, a la larga los números de esas empresas de tradición estadunidense podrían enfrentarse a una realidad que hasta ahora parecía contenida: la de falta de compradores por precios elevados a falta de modelos accesibles.

A esto habrá que sumarle una verdad universal en materia política: la diplomacia muchas veces debe ignorar al mayor beneficio comercial. Un principio irrevocable e histórico que hasta hoy, Donald Trump parece no haber reflexionado.

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