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Un chilango en el transporte público de: Mérida

Le pregunté a un señor sentado en la parada sobre cuál camión me llevaría al centro. Me contestó en maya.

POR: Diego Pérez el Mié, 18 de Mayo de 2016, 05:24 pm

Las calles angostas de Mérida. Foto: Saraí Estudillo
Diego Pérez

Diego Pérez | Colaborador

Yo también vivo en esta ciudad... y la padezco  Twitter: @icariito

Odio viajar en avión.

 

Jamás he logrado superar el vértigo de despegarme a cientos de metros de altura del suelo. Soy un animal bípedo y mi mente funciona a partir de ese principio.

 

Otra vez... Foto: Saraí Estudillo

 

Cuando llegué a Mérida había una turbulencia y estuvimos a punto de desviarnos al aeropuerto de Cancún por seguridad. Durante un par de minutos dimos vueltas al Aeropuerto Internacional Manuel Crescencio Rejón. A mí izquierda, la pequeña ventanilla me mostraba la población urbana y al otro lado todo era un cielo lleno de nubes, nada agradable para alguien con pánico a las alturas como yo.  

 

Al ver mi creciente estado vomitivo, un pasajero que viajaba a mi lado me tranquilizó: “no te preocupes, ya vamos a aterrizar, soy piloto”. Aquel simpático sujeto que calmó mi miedo de morir en aquel lugar, era un piloto con quince años de experiencia. “¿Ha visitado Mérida?”, mi novia le contestó que ella sí.

 

Los mercados, un gran lugar para comer. Foto: Diego Pérez

 

“Mérida es un lugar muy bello, -nos dijo-, tranquilo, nadie los va a molestar, es muy seguro. Los únicos rateros de la ciudad son los taxistas del aeropuerto, mejor sálganse a la avenida”, aquel consejo de buena fe se convirtió en mi primer conocimiento del transporte público de una de las ciudades más bonitas que he visitado en la República Mexicana.

 

Aquella afirmación sólo me hizo una confirmación de lo que parece una costumbre cotidiana en la mayoría de las ciudades de México. En medida de lo posible, uno debe evitar los taxis de cualquier terminal de autobuses o aeropuertos.

 

Caminamos unos cien metros hasta que llegamos a la avenida.

 

No sé hablar maya

 

Apenas llegué a la parada de autobús, decidí que sería interesante subirme a un camión. No recomiendo confiar ciegamente en la seguridad de un lugar sin conocerlo antes, pero tampoco traía cosas de gran valor conmigo.

 

Así lucen los camiones. Foto: Diego Pérez

 

Le pregunté a un señor sentado en la parada sobre cuál camión me llevaría al centro. Me contestó en maya, pese a lo bello de la lengua –me gustaría conocerla -, no entendí nada. Se me hizo grosero decirle que no entendía, afortunadamente una mujer se acercó, posiblemente tras observar mi cara de sorpresa ante el detalle tan pintoresco con el que me recibía la ciudad.

 

Tome cualquiera que pase por aquí.

 

Camión

 

Efectivamente me subí al primer camión que pasó y pregunté si iba para el centro. “Sí, pásele”, pagué 7 pesos por cabeza y comencé mi recorrido. Lo primero de lo que me percaté fue la franca tranquilidad con la que viajaban todos en la unidad. Las calles angostas de una ciudad llena de gente sonriendo me hizo pensar que aquello sería una buena experiencia.

 

El interior era un típico camión de Mercedes-Benz de los que abundan en muchas ciudades de México. Carecía de aire acondicionado, entonces a través de las ventanas (todas abiertas), nos entraba el fresco de la brisa producido por la velocidad del vehículo.

 

Una vez recorrimos toda la avenida nos metimos a colonias laberínticas, me di cuenta que el chofer jamás bajó la velocidad. En esa ciudad muchas de las calles son angostas en extremo y los camiones enormes, se asemejan a los famosos chimecos. Por este motivo esta parte del trayecto se me hizo un poco peligroso, pero nada que no ocurra en la Ciudad de México.

 

 

Combi

 

Llevaba unos días disfrutando de todo lo que se puede en aquella hermosa ciudad de Mérida. Su exquisita comida –recomiendo además de la típica cochinita y el lechón, el pan de cazón-, hasta que decidí viajar a un pequeño poblado ubicado a unos kilómetros de la ciudad.

 

Tuve que abordar una combi para llegar a Puerto Progreso. La combi salía en una de las calles del centro por la zona de periódicos del lugar. Pagué 14 pesos por persona y abordé aquel lugar que me acercaba más a los meridanos. Apacibles miraban nuestras maletas de viaje. Pregunté un par de veces cuánto faltaba para Puerto Progreso –como buen capitalino desconfiado- hasta que una señora me dijo que la terminal de la combi era justo ese lugar.

 

Mar de Puerto Progreso. Foto: Saraí Estudillo

 

Habrán sido menos de 20 minutos cuando abandonamos Mérida y llegamos a ese paradisíaco lugar. El mar de Puerto Progreso se caracteriza por el hermoso puente que lo adorna en el que desembarcan cruceros de todo el mundo.

 

El principal medio de transporte de Progreso son las bicimotos. Son idénticas a las que se encuentran en algunas colonias de la Ciudad de México. Curioso, pues en realidad el lugar parece tan pequeño que se le puede recorrer sin gran problema a pie.

 

 

Taxi

 

Cuando me iba de Mérida, tras varios días de completo gusto, debido a la premura de mi viaje en avión, debí tomar al fin uno de esos taxis que tanto me habían advertido. Como no lo hacía desde el aeropuerto confié en que mi tarifa no sería tan elevada.

 

La pintura de los taxis en Mérida. Foto: Especial

 

No sé si fue un caso en particular, quizá no puedo negar mi origen chilango y se me nota a kilómetros de distancia, pero el sinvergüenza me cobró casi 200 pesos por un trayecto de no más de 20 minutos. Obviamente sorprendido por mi primera –y única- mala experiencia en toda mi vista a Mérida, pague refunfuñando y me subí de nuevo a ese transporte que tanto odio para regresar a chilangolandia: el avión.

 

 

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